En los últimos años, el mundo gamer ha cambiado radicalmente. Antes era sencillo: comprabas un juego, lo disfrutabas sin restricciones, y listo. Hoy, conceptos como “juegos como servicio” (GaaS), “loot boxes” y sistemas “gacha” son parte del lenguaje cotidiano en la industria. La gran duda es: ¿estos modelos enriquecen la experiencia de juego o solo enriquecen a las empresas?
¿Qué son los juegos como servicio (GaaS)?
Imagina un juego que nunca termina. Así funcionan los GaaS. Estos títulos están diseñados para ofrecer contenido constante: eventos limitados, nuevos modos de juego, cosméticos exclusivos y muchas oportunidades para gastar dinero real.
Ejemplos como Fortnite, Genshin Impact o Call of Duty: Warzone dominan este enfoque. Aunque comienzan como “free-to-play”, su modelo de negocio se basa en microtransacciones frecuentes que, acumuladas, pueden superar el precio de un juego completo tradicional.
Loot boxes y gacha: cuando jugar se parece a apostar
Aquí es donde empieza la polémica. Las loot boxes y los sistemas gacha funcionan como una lotería: pagas por la oportunidad de conseguir un ítem, sin ninguna garantía de éxito. ¿El resultado? Frustración, gasto excesivo y la sensación de estar apostando más que jugando.
Títulos como FIFA (con sus sobres de cartas) o Genshin Impact (con su sistema de invocación) han sido criticados por fomentar hábitos similares al juego de azar, especialmente entre jugadores jóvenes. Algunos países ya están considerando su regulación como si se tratara de apuestas.
¿Quién gana realmente?
Para las compañías, el modelo es perfecto: ingresos constantes, comunidad activa y juegos que no mueren. Para los jugadores, la experiencia puede ser desigual. Si no quieres o no puedes gastar dinero, te enfrentas a barreras artificiales que ralentizan tu progreso o limitan el acceso a contenido.
La competencia también se vuelve injusta: quien más paga, suele tener más ventajas. La habilidad queda en segundo plano ante el poder del monedero.
Juegos AAA al alza y sorpresas que inspiran
Otro punto clave es el creciente costo de desarrollo de los videojuegos. Grandes producciones superan fácilmente los 100 millones de dólares, y eso se refleja en precios de salida que ya rondan los 70 u 80 euros. Lo preocupante es que muchos de estos lanzamientos no siempre justifican ese precio con contenido sólido o libre de errores.
Pero no todo son malas noticias. Juegos como Clair Obscur: Expedition 33 han logrado destacar con una propuesta visual de alto nivel, mecánicas originales y un precio más accesible. Este tipo de títulos demuestran que es posible innovar y ofrecer calidad sin recurrir al modelo de monetización agresiva. Los estudios medianos y pequeños están dando lecciones de eficiencia y respeto al jugador.
¿Y ahora qué?
La industria está en un punto de inflexión. Los jugadores piden modelos más justos, menos invasivos y más transparentes. Y aunque algunas empresas han comenzado a escuchar, otras siguen apostando por estrategias centradas únicamente en el beneficio económico.
La presión de la comunidad, junto con posibles regulaciones legales, puede ser clave para empujar un cambio real.
Conclusión
El gaming ha evolucionado, pero no todo cambio es positivo. En una era donde los juegos pueden convertirse en trampas de gasto disfrazadas de diversión, los jugadores debemos estar más informados y críticos que nunca.
La verdadera pregunta no es si el juego ha cambiado, sino: ¿seguimos jugando por diversión… o estamos siendo jugados?